miércoles, 30 de octubre de 2013

Los edificios: la oportunidad de Latinoamérica en eficiencia energética

En las últimas décadas, el crecimiento económico de las economías desarrolladas y emergentes ha sido continuo, salvo en los periodos de recesión y crisis económica como la que vivimos actualmente. Este crecimiento, en muchos casos, ha venido acompañado de un consumo energético también al alza, aunque, como veremos, la tendencia de las economías más avanzadas es justo la contraria.

De hecho, el modelo de crecimiento económico más admirado en el mundo quizás sea el de Dinamarca, por conseguir combinar una mejora constante de su bienestar sin suponer un mayor consumo de energía y, por tanto, de emisiones de gases contaminantes a la atmósfera. A esto se la llama reducir la intensidad energética, que mide la demanda de energía por habitante en relación con el PIB de cada país. 

Y, en el caso de Dinamarca, la intensidad energética descendió un 21% en el periodo 1990-2009 a pesar de que su economía creció un 26%, lo que pone de manifiesto que se puede prosperar siendo más eficientes en el uso de la energía. Ahora bien, ¿qué sucede en áreas tan dinámicas en el panorama económico como Latinoamérica?

Sobre el terreno, hay diferencias entre países, ya que mientras México, Perú y Colombia han reducido su intensidad energética sin aminorar el ritmo de crecimiento (en algunos casos con ritmos de hasta el +5% anual), otras economías con gran peso en el continente, como Brasil, Argentina y Venezuela han mantenido una intensidad energética alta, según revela un reciente informe de la Fundación para la Sostenibilidad Energética y Ambiental (Funseam).

De todas formas, en Latinoamérica todavía hay recorrido para alcanzar los niveles medios de los países más industrializados, siendo la actuación directa en edificios el camino más idóneo para alcanzar esa meta, ya que concentran el 30% del consumo energético global de cada país. En este caso, se puede actuar tanto en el sector de viviendas (residencial) como en el de oficinas (comercial).

Ahora bien, dada la gran atomización del ámbito residencial, lo que obstaculiza un plan de ahorro a gran escala y eficaz, la gran esperanza para reducir a buen ritmo la intensidad energética pasa por actuar directamente sobre los edificios de oficinas que, al estar gestionados por empresas privadas, tienen entre sus principales preocupaciones la reducción de costes fijos como la luz, el gas o el agua.

Por tanto, es de esperar que la propia dinámica del sector terciario y comercial, que busca constantemente mejorar sus resultados, impulse la eficiencia energética en los edificios de manera que se pueda seguir mejorar la intensidad energética, acercándola cada vez más al nivel medio de los países de la OCDE, donde están las economías más avanzadas.

Y, al mismo tiempo, las empresas pueden mejorar sus ganancias reduciendo gastos ordinarios, como ya se ha calculado en el caso de los edificios de oficinas chilenos, que podrían ahorrar unos 600 millones de euros anuales (unos 400.000 millones de pesos chilenos) a través de la eficiencia energética, cantidad que supone una parte importante de su demanda energética, cifrada en 2.000 millones de euros al año. 


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